12/07/2017

Jean Valjean

Por Pedro Patzer

Ni los ladrones de la existencia,
ni los mercaderes del ser,
pudieron corromper tu riqueza
imposible e imaginaria;
te quitaron crepúsculos y lluvias
por un pedazo de pan,
pero alguien confió que había
una semilla de cielo en tu corazón,
y eso te hizo libre:
te emancipó de la identidad del odio,
luego viste morir de mundo
a una madre huérfana de Dios,
ya para entonces habías comprendido
que uno se halla en el rincón más remoto del espíritu,
sabías que más allá de los que dicen que se ve
comienza el Ser,
por eso no fuiste la condena, ni traficante de crímenes ajenos:
ya habías aprendido que muere,
cada vez que le perdonás la vida
aquel que tantas veces ha intentado asesinarte.

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