7/05/2016

Volver al silencio espejo, a la contemplación que transforma

por Pedro Patzer


El mismo hombre de la caverna monitoreado satelitalmente, ya no podrás perderte, los mismos creadores del GPS, te ayudan a encontrarte o, mejor dicho, hacen que te encuentres con eso que el mundo hizo de vos. A veces el eco del lobo interior retumba, y tenés que dejar atrás una educación, traicionar los nombres que les pusieron a las cosas, antes de que las apreciaras; volver a un silencio espejo, a la liana interior; reconocer los territorios metáfora: andamios, andén, escaleras. Renunciar a la contemplación sin transformación; alguien que ha despertado ya no puede sólo contemplar el río, sin ser el río. Hay que perdonar a los ortodoxos y a los escépticos; a los corredores de bolsa y a los que dictan cursos de milagros; ya no hay tiempo para los simulacros; demasiados siglos de montañas tratando de hacerse entender; suficientes diluvios para una sola arca; la cultura ha ensuciado el cielo con dioses vanos y sus voceros nos han hecho creer que ya no hay páginas en blanco. El mundo está colmado de poetas que jamás escribieron un verso y en el medio hombrecitos que te llaman por un nombre que nunca fue tuyo y te atormentan con el miedo a la muerte, muerte que se parece a sus maneras de entender la vida. Entonces recordás que las capitales del imperio no pueden detener los huracanes y que los conquistadores no consiguieron que el río Pilcomayo aprendiera español. Es cuando algo te llama, algo que viene de lejos aunque viene de vos; una especie de canto que aprendiste en la selva en la que jamás estuviste; el sonido de un instrumento parecido a la voz de tu madre y al canto del pájaro que sobrevuela en tu remoto insomnio; una señal de una ciudad que no figura en los mapas pero a la que podés acceder cuando cerrás los ojos; entonces te ves rodeado de carceleros, y de a poco los idiomas y las leyes se hacen ruinas y entendés hasta qué punto el escándalo, y sonreís al recordar que los videntes griegos eran ciegos.


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