7/30/2016

La escritura existencial, la fiebre espiritual y la otra sed


Pedro Patzer

La escritura existencial requiere de mucha energía, no se puede alcanzar siendo un fantasma: los fantasmas no escriben! La escritura existencial es todo lo contrario a la anestesia cotidiana, al veneno de la noticia sin alma, a la comodidad de la resignación y la tristeza. La escritura existencial es una ofrenda, un estado del alma, una fiebre espiritual. Por eso recomiendo siempre la tarea de ablandar el ladrillo todos los días, como sugiere el pariente de juegos, Julio Cortázar: “La tarea de ablandar el ladrillo todos los días, la tarea de abrirse paso en la masa pegajosa que se proclama mundo, cada mañana topar con el paralelepípedo de nombre repugnante, con la satisfacción perruna de que todo esté en su sitio…”
La dramaturgia se enciende, el alma de las palabras muestran su corazón cuando logramos trascender el fantasma que ha hecho el mundo de nosotros, cuando dejamos atrás el mundo oficina, mundo cuartel, mundo de los resignados, y nos dejamos enloquecer por las sirenas, como bien señala Marco Denevi en El silencio de las sirenas: “Cuando las Sirenas vieron pasar el barco de Ulises y advirtieron que aquellos hombres se habían tapado las orejas para no oirlas cantar (¡a ellas, las mujeres más hermosas y seductoras!) sonrieron desdeñosamente y se dijeron: ¿Qué clase de hombres son estos que se resisten voluntariamente a las Sirenas? Permanecieron, pues, calladas, y los dejaron ir en medio de un silencio que era el peor de los insultos”
Hay sangre y barro en esto de la escritura existencial, el alma tiene sed, el alma necesita calmar la otra sed, la gente se enferma de la otra sed, la palabra también se enferma, la palabra también agoniza, porque la palabra es el real espejo del corazón humano ¿Y cómo podemos esperar palabras de agua, cuando el corazón humano está sediento?  Hablo del otro corazón, ese que mucha veces muere mucho antes que la muerte física, el mucha veces nace después de nacer. ¿O acaso creemos que el corazón humano es ese pedazo de carne a los que consagran su carrera los cardiólogos, o acaso creemos que vivir es poblar eso que llaman días hábiles? La escritura existencial nos convierte en comandantes de la contra guerra, en traductores de lo fondos de la humanidad. Preguntar, etimológicamente significa tantear o buscar en el fondo del río o del mar, es imposible abrir la puerta de la escritura existencial sin golpear las puertas de los fondos del alma de cada cosa, los fondos del alma del mundo.

7/17/2016

Al trovador Santos Vera Guayama


por Pedro Patzer


Mientras los ríos del bla bla bla inundan las calles
y los desiertos de los pregones colonizados los actos institucionales;
los ríos musicales de los huarpes, la sed cultural de los antiguos
serpentean en el alma de este trovador, Santos Vera Guayama.
¿Acaso su alma es el eco del profundo silencio de su tatarabuelo, el caudillo Santos Guayama, el gaucho que murió nueve veces?
Y no es que fuera un superhombre o un semidiós, sino que ante la pregunta de la autoridad que lo perseguía:
- Es usted Santos Guayama?
Los gauchos, los nadies, los Martín Fierro, respondían: sí!
Guayama era ellos y ellos eran Guayama.
La muerte de cada uno de ellos, era una muerte de Guayama, porque la muerte de Guayama era la muerte de todos ellos.
Más de un siglo después de la novena muerte de Santos Guayama, en 1879: podemos reconocer que los otros Guayamas siguen siendo perseguidos; los Guayamas a los que no se les respeta su lengua y su cultura; los Guayama a los que no se les respeta sus tierras y sus ríos; los Guayamas desempleados, pacientes de hospitales arrumbados. Es decir, más de un siglo después, los mismos verdugos de siempre siguen matando a los mismos Guayamas.
Sin embargo, Guayama murió nueve veces, pero nació miles de veces.
Santos Guayama nació en Buenaventura Luna y en Atahualpa Yupanqui; Guayama nació en Discépolo y en Mercedes Sosa, Guayama nació en su tataranieto, que consigue interpretar ese viento cordillerano que fue el espíritu de su tatarabuelo y lo hace arpegio profundo en su guitarra huarpe, y lo hace plegaria indoamericana en su voz tan desnuda como el ropaje de los libres.

7/05/2016

Volver al silencio espejo, a la contemplación que transforma

por Pedro Patzer


El mismo hombre de la caverna monitoreado satelitalmente, ya no podrás perderte, los mismos creadores del GPS, te ayudan a encontrarte o, mejor dicho, hacen que te encuentres con eso que el mundo hizo de vos. A veces el eco del lobo interior retumba, y tenés que dejar atrás una educación, traicionar los nombres que les pusieron a las cosas, antes de que las apreciaras; volver a un silencio espejo, a la liana interior; reconocer los territorios metáfora: andamios, andén, escaleras. Renunciar a la contemplación sin transformación; alguien que ha despertado ya no puede sólo contemplar el río, sin ser el río. Hay que perdonar a los ortodoxos y a los escépticos; a los corredores de bolsa y a los que dictan cursos de milagros; ya no hay tiempo para los simulacros; demasiados siglos de montañas tratando de hacerse entender; suficientes diluvios para una sola arca; la cultura ha ensuciado el cielo con dioses vanos y sus voceros nos han hecho creer que ya no hay páginas en blanco. El mundo está colmado de poetas que jamás escribieron un verso y en el medio hombrecitos que te llaman por un nombre que nunca fue tuyo y te atormentan con el miedo a la muerte, muerte que se parece a sus maneras de entender la vida. Entonces recordás que las capitales del imperio no pueden detener los huracanes y que los conquistadores no consiguieron que el río Pilcomayo aprendiera español. Es cuando algo te llama, algo que viene de lejos aunque viene de vos; una especie de canto que aprendiste en la selva en la que jamás estuviste; el sonido de un instrumento parecido a la voz de tu madre y al canto del pájaro que sobrevuela en tu remoto insomnio; una señal de una ciudad que no figura en los mapas pero a la que podés acceder cuando cerrás los ojos; entonces te ves rodeado de carceleros, y de a poco los idiomas y las leyes se hacen ruinas y entendés hasta qué punto el escándalo, y sonreís al recordar que los videntes griegos eran ciegos.


La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...