12/17/2015

Apuntes para náufragos en tierra


Por Pedro Patzer
1
Un viejo arriero me contó que cuando la lluvia cae sobre los cerros, el agua baja alborotada,  por todos lados. Sin embargo, cuando las aguas corren en una sola dirección, se forma un río. Del agua de ese río vive el pueblo del valle.
2
Cuando a La Pampa le robaron el río Atuel - Salado, el oeste de la provincia se convirtió en desierto; los pampeanos en vez de quedarse llorando, crearon "el cancionero de los ríos", un movimiento poético - musical - político, que nos enseña que ante el silencio del dolor, debemos buscar la música de la resistencia.
3
Luego de cinco años en prisión, Tito regresó a su pueblo santafesino. Desenterró la plata que había escondido y la gastó toda en comprar pájaros enjaulados. Los compraba y los liberaba.
4
Una coplera, de la Salta profunda, confesó que el que vive en los cerros aprende a escuchar el eco que tiene su propio silencio.

5
Silvia Teijeira, pianista entrerriana, sospecha que en su piano provinciano anida un pájaro mítico guaraní, un ave sagradamente pagana que cada tanto balbucea melodías precolombinas

6
El poeta pampeano Edgar Morisoli advierte que el abejorro, dado su peso, su volumen, la superficie de las alas, y de acuerdo a las leyes de Aerodinámica, no es posible que vuele, que consiga mantenerse en el aire. Aunque agrega, que como el abejorro no estudió nunca Aerodinámica, se empecina en volar, y vuela y vuela desde que el mundo es mundo.
7
El Caleuche es una leyenda aborigen que manifiesta que existe un barco fantasma que recoge a los muertos, y que los condena a permanecer a la deriva por los mares de la eternidad. Tal vez esta leyenda sea una metáfora que indica que aquel que renuncia a la sabiduría de sus antiguos está condenado a estar a la deriva por los mares de la ignorancia foránea (aquella que también vino en barco)

12/15/2015

Postales folklóricas del bicentenario

por Pedro Patzer

Todos los estilos que los arrieros cantaron en sus fogones; los rezos solitarios de la cautiva en la pampa; el conflicto de dioses en las manos del alfarero; los monólogos del cerro retumban en las cajas; el horizonte esculpe a su medida el silencio del último resero; el sol cuyano en la obra de Buenaventura Luna; el carnaval y sus licencias paganas; los viajes interiores de Yupanqui, aventuras por las andurriales del alma; los sagrados bandoleros y los gauchos milagreros; el circo andariego y los Podestá enseñándonos a ser argentinos; las dulcineas gauchas inventadas por los quijotes matreros; los chingolos como ángeles en las décimas del payador; los barcos del Paraná y sus brújulas de barro; cada piedra como memoria de Abya Yala; el pueblo que no llora a Bairoletto, ya que recuerda sus últimas palabras: "Los que me lloran por muerto que dejen ya de llorar; viviré en el alma del pueblo, nadie me podrá matar"; Borges admirador del coraje del gaucho y Sarmiento conmovido ante la astucia del rastreador; Mercedes Sosa y Charly García reunidos por el viento norte; las seis cuerdas de la guitarra como seis ríos que buscan la mar de la milonga; los changarines de estaciones de pueblo y los estibadores de puerto Tirol; la paradoja que en un lugar llamado Santos Lugares hayan fusilado a Camila O Gorman, por amar; el platero que se inspirara en la luna sin saber que para el mapuche, la luna, kuyén, esposa del sol, llegó a despertar tanta envidia entre las estrellas, que se desató una guerra en el cielo; el viejo paisano que asegura que si el zonda es el canto del pueblo, el yuyo es su silencio; el domador que sabe que amansar el bagual es quitarle el pampero que lleva dentro; Juan Moreira enterrado junto a su perro y Facundo Quiroga deambulando espectralmente por los llanos junto a su moro; el tropero que comenzó conduciendo ganado por los valles y las llanuras y terminó como pastor de nubes, errando en los cielos de las patrias chicas; el erke y la trutruka, trompetas aborígenes, congregan antiguos sonidos de nortes y sures en sus llamadas siderales; en el bandoneón de Piazzolla anidan gorriones y en la verdulera de Tarragó Ros, calandrias. Los muros de las catedrales porteñas y las sagradas apachetas norteñas; La Delfina y Carmencita Puch, encerradas en los calabozos del amor y la locura, penando hasta sus muertes, a Pancho Ramírez y Martín de Güemes; la telera tinogasteña recuperando el arco iris catamarqueño que tanto inspirara a Juan Alfonso Carrizo a ir en busca de los cantares del pueblo; el riachuelo como acuarela de suburbios; la cultura diaguita calchaquí indica que el viento, Shulco, tiene madre, Huayra Puca, mientras que los mocovíes advierten que el viento es el que empuja, de rama en rama, las almas para conducirlas al cielo; la rueda de la vieja carreta cual monumento de los caminos perdidos y la tranquera como renglón del confín; dos hombres, desde hace un siglo, juegan al truco en una almacén del sur; los mineros y sus inventarios de cuarzo y carbón; las campanas y el regreso de los trenes en el recuerdo del ferroviario. Dorrego escribe una carta de amor antes de ser fusilado. Evita se apaga como una estrella que sigue dando luz, por miles de años.Mariano Moreno se sigue hundiendo en la mar, mientras Rodolfo Walsh se hunde en el charco de su propia tinta, la tinta humana. Y un río de miradas nos guía, los ojos de los que lucharon en las invasiones inglesas se funden con los pibes de Malvinas; hay un libro que se escribe en el viento, diría Tejada Gómez, y ese libro es una canción. Hay una canción latente en nuestros corazones, una canción que a veces no alcanza su música, que otras, no consigue su letra, sin embargo esa canción está aquí, entre nosotros, custodiando al dios salvaje de nuestras palabras, al amauta paciente de nuestros silencios.

11/10/2015

Martín Fierro y la resistencia cultural




Por Pedro Patzer

El poema Martín Fierro nació como una denuncia contra todo lo que el civilizado le hacía al gaucho: lo obligaba a presentar una papeleta cada tres meses, sino lo declaraba vago y lo mandaba a la frontera a luchar contra su hermano el indio o lo confinaba a trabajar gratis en las estancias.
Estos señores, representantes de la civilización,  llamaron bárbaros al gaucho, al indio, al nativo, ignorando que la etimología de la palabra “Bárbaro” significa: extranjero. Sarmiento, que fue el creador de “Civilización y barbarie”, supo burlarse de la palabra “argentino”, al advertir que este vocablo es un anagrama de la palabra: “Ignorante”. La historia se rió de Sarmiento, al responderle que la palabra “Sarmiento” es un anagrama de “Mentirosa”. Más allá de estos juegos de palabras, hay algo fatalmente clave en esto de denominar “bárbaro” al nativo, ya que todavía persiste en algunos personajes como Prat Gay, esa idea de que el nativo, el que lleva sangre gaucha o india, el cabecita negra, es el bárbaro; mientras los rubios como él, los blancos, los que saben pensar en inglés (y desconocen cuántos idiomas originarios posee nuestro territorio) son los civilizados.
Es importante comprender la victoria que significa que Martín Fierro sea el poema nacional. Es necesario hacer que la obra de José Hernández trascienda los círculos tradicionalistas y las estampas conservadoras, y que sea utilizada como herramienta para entender la realidad argentina y latinoamericana.
Hoy es el día de la tradición por el nacimiento de José Hernández, apaguemos el televisor y abramos el Martín Fierro, les aseguro que es un libro colmado de respuestas, una obra cargada de futuro.

11/01/2015

Los hombres que se comen las letras eses

por Pedro Patzer



Hace un tiempo tuve la fortuna de conversar con José, un ex ferroviario tucumano. El término “ex ferroviario” está mal empleado ya que jamás se deja de ser un ferroviario. Serlo es formar parte de una cultura tan humanamente poderosa como las estampitas de San Cayetano en las manos de un desocupado o el matecito que nos ayuda a despertar en  tiempos donde las multitudes parecen anestesiadas.
José me convidó sendas anécdotas de la cultura ferroviaria: pueblos que nacieron gracias al tren y comarcas que murieron con el nefasto: "Ramal que para, ramal que cierra" Se refirió a familias ferrocarrileras; a los santiagueños que tomaban el tren en Retiro para ir a celebrar el carnaval a su provincia; a lo que padecen los conductores de locomotoras ante cada suicida que elige las vías como última morada. Y de cómo la desaparición de trayectos del tren mató a la pequeña patria de los ferroviarios.  Además de conmoverme por todo lo que contaba, me emocionó que José se comiera las eses, en palabras fundamentales: "los pueblo que desaparecieron, cuando dejaron de pasar los trene.. "  ¿Cuáles de todas los sucesos vividos por este ferroviario, le quitaron las “eses” a las palabras “pueblos” y “trenes”?
Un tiempo después entrevisté a un anciano hachero santiagueño, había trabajado de changuito en la forestal. En un momento de su relato advirtió: "...y el monte se ha quedado sin árbole y sin pájaro" Y tal vez, en esas “eses” omitidas en las palabras “árboles” y “pájaros” había algo más que un error, había algo así como una especie de confesión: él que había tumbado árboles desde niño, de alguna manera también había talado sus propias palabras, un desierto crecía en su silencio sin “árbole” y sin “pájaro”
Betty, viuda de un ex ypefiano ( jamás se deja de ser un ypefiano, los que se criaron en familias de trabajadores de Ypf saben muy bien a qué me refiero: escuelas, proveedurías, cultura de integración) Betty me confesó que fueron muchos los ypefianos que, como su marido, murieron de tristeza cuando los despidieron de Ypf. En un tramo de su relato, la viuda recordó que su esposo ante la privatización de Ypf, advirtió: "Muchas vida se perderán con esto" Y esa ese que le faltaba a la palabra “vidas”, era también una especie de manifiesto: “la muerte avanza”
Popularmente cuando alguien omite una ese, se dice "se come las eses o  se traga las eses" Pienso en la sabiduría de estas frases y me pregunto:  ¿De qué está hecho el hambre del hombre que se traga las eses? ¿De qué está hecha la sed de los que se tragan las eses? ¿Acaso la misma sed de la Difunta Correa? ¿Acaso el mismo hambre de los hijos de Martín Fierro?
La batalla es cultural, de esa cultura de los hombres que se tragan la eses por temor a llamar al silencio de la historia, a la soledad de la lucha, al suicidio cultural de una sociedad.
Hace algunos años comenzamos a recuperar las eses perdidas de esos hombres, sigamos por ese camino. Que no gane el Silencio. Que ganen las palabras. Nuestras palabras. 

10/10/2015

Volver a estar desnudos

Ser los fondos
Hacer del corazón una semilla
Habitar el espíritu de cada cosa
Desde la cima del silencio reconocer
la propia voz como un río
Traducir cada pregunta del árbol
Asumir nuestro destino de viento
y que cada pájaro que calle sea una canción
que le debamos a la vida
Entregar las armas que nos han dado
los ejércitos de la nada
y dejar atrás el lenguaje que nos inculcaron
las escuelas de espectros
Volver a estar desnudos
y permitir que nuestro espíritu florezca
como el llamado de la primavera
lo indique

PEDRO PATZER

10/01/2015

Vicente y las palomas de Buenos Aires



por Pedro Patzer

Mientras el gobierno de la ciudad de Buenos Aires introduce halcones, aguiluchos y caranchos para reducir la población de palomas, un hombrecito consagra su vida a darles de comer. Esta es la historia de Vicente Oriol, el custodio de las palomas porteñas.
Llegó de su Italia cuando tenía dieciocho, hoy, que ya tiene ochenta y diez, aún recuerda la manera con que las aves le dieron la bienvenida en el puerto: "Llegamos sin nada, pero las palomas nos recibieron como si fuéramos reyes" Vicente trabajó seis décadas de sastre, de hecho fue el encargado de confeccionar los trajes de Alfonsín, cuando era presidente. Al jubilarse comenzó a realizar sendas caminatas por Buenos Aires en las que observó que los vecinos maltrataban a las palomas: piedrazos, balines de aire comprimido, venenos varios. Fue cuando Vicente Oriol sintió el llamado, su misión era ser el custodio de las palomas porteñas. Cual Quijote que por Rocinante lleva un changuito, don Vicente del Microcentro va deshaciendo entuertos echando maíz por las callecitas, dándole de comer a las palomas: “Un día comencé a darles pan viejo, y desde hace un tiempo compro todos los días una bolsa de maíz” Es curiosa la relación que se ha forjado entre el hombrecito y las aves, pues cuando Vicente está a cinco cuadras, las palomas comienzan a alborotarse. Mientras las oficinistas, los corredores de bolsa, los taxistas y los peatones, las muchachas del subte, y los muchachos del andamio; las ambulancias, los enfermeros y los pacientes; los patrulleros, los policías y ladrones; los vendedores de garrapiñadas y los que ofrecen piñas y muestran sus garras; los lustrabotas y los descalzos; los frailes y los que venden bolas de fraile y los otros esclavos del reloj insisten con sus soledades compartidas, las palomas y el hombre que les da de comer, inician su ritual. Y en ese instante algo sucede en la ciudad:  los carteles publicitarios, y los que indican contramano, las escaleras que no conducen al cielo, los monumentos que ni siquiera bostezan, los balcones huérfanos de trepadores romeos, los campanarios vacantes de cuasimodos, y el riachuelo lejano (sin Quinquela que lo pinte y Sandrini que lo haga película) se conmueven ante el error de la Matrix, intuyen que el guardián ha dejado la puerta de la celda abierta y la paloma que fue en tiempos bíblicos elegida como símbolo del Espíritu Santo, en esta época materialista pasó a ser el objetivo a aniquilar:  “Cierta vez una señora me increpó, me dijo que no le diera de comer a las palomas, porque eran una plaga. Le contesté que la plaga somos los seres humanos que estamos envenenando el planeta” Cual Hamelín de palomas, Vicente Oriol deambula por la ciudad seguido por estas aves “nunca en mi vida pude ver un animal en una jaula...Cuando escucho que traen halcones para exterminar a las palomas, pienso que la paloma siempre ha sido el símbolo de la paz y no entiendo porqué no las quieren” Este anciano que se dedica a alimentar los animales del olvidado cielo del Microcentro, nos recuerda que mientras los pulcros ángeles permanecen inmóviles en los templos, las palomas, sucias, bandidas y en bandadas,  no nos dejan solos en nuestros cotidianos naufragios en el paraíso urbano

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...