3/01/2013



Tejada Gómez, el beso y la revolución
por Pedro Patzer*
Tejada Gómez a los quince años padeció la muerte un hermano, en ese instante sintió la necesidad de componer una plegaria, y sin saberlo, tal vez la furia propia de la pluma, lo condujo a escribir su primer poema, es decir, su primera oración al Dios de los Quevedos, al Dios de los César Vallejos, Al Dios de los Rubén Daríos, AL DIOS de los poetas. Esa necesidad íntima de escribir dejaría de ser una plegaria privada para transformarse en una canción con todos. Porque la obra de Tejada coincide con eso que sostenía Homero Manzi: “antes que ser un hombre de letras prefiero hacer letras para los hombres
La Poesía de Armando Tejada Gómez es un camino hacia nosotros mismos, una obra espejo del pueblo, porque la palabra de Tejada es parte de ese pentagrama del futuro que se escribe cantando, es una humana ventana para mirar la vida, porque la Poesía de Armando arde en nuestro corazones, con ese fuego que purifica y renueva, porque este poeta de la legua reúne en sus versos al rufián y al ángel, al cantor y a la ramera, y a todo aquella riqueza espiritual que expresa la hondura argentina.
Líder del nuevo cancionero, Tejada se propone hacer poesía con la conciencia popular, integrando las diversas voces de la Argentina en un gran canto, así, copleras del viento y hombres de río, chayas que saben a vinos de pobres, cuecas de tomeros, hombres de ají, canciones para forasteros y para niños en la calle.
Sin embargo, lo que más me interesa de la obra de Armando es su relación cercana con el canto, y esto me incumbe porque cuando la palabra es cantada por el pueblo, la palabra deja de ser palabra y se transforma en plaza, pan, pájaro, beso, recuerdo, bicicleta,  revolución.

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