10/29/2011

Uno que mejoró la verdad





Muchos se preguntan si habrán sido ciertas las anécdotas que contaba Facundo Cabral: sus vivencias con la Madre Teresa, sus conversaciones con el pensador indio Krishnamurti y sus paseos musicales con Arthur Rubinstein; las treinta y siete mujeres que recibiera como regalo de un jeke árabe, al cumplir treinta y siete años; sus conciertos en el peor mercado de Alejandría y sus caminatas por Manhattan; sus conversaciones con Bradbury acerca de Borges y las frases griegas, que según Facundo , decía su madre.
A quién le importa si fueron mentiras, ya que si lo fueron, fueron mentiras que mejoraron la verdad: en una realidad tan empobrecida, las anécdotas de Facundo Cabral, enriquecieron la vida. Porque de eso se trata este juego, de gente que pese a codearse con mercaderes de la hora y turistas de la vida, con bufones sin reyes y atletas del desasosiego, se anima a mejorar la verdad, incluso a veces con una mentira.
Facundo Carbal, el atorrante y el profeta, el místico y el trotamundo, el trovador que se pareció a lo que cantó: “Una señora me dijo en un pueblecito en México: yo vengo siempre a escucharlo, pero no entiendo casi nada. Pero vengo, porque de vez en cuando me gusta ver a un hombre libre y feliz”
Facundo Cabral nació una vez en Tandil, pero miles de veces en muchos lugares del mundo: Nació a orillas del Mar Muerto, nació en las estepas rusas, nació en un templo de Katmandú y en un teatro de Lisboa, nació en la pobreza de Calcuta y en la riqueza de un mendigo guatemalteco convidando su pan duro; nació en las piramides Mayas y en el monasterio de la Rábida, nació en la tristeza de un orfanato y en la belleza de una venezolana, nació en una conversación con Yupanqui y en el silencio de un monje trapense, porque Facundo era un artista entre fronteras, un hombre entre lo religioso y lo pagano, entre la militancia y el pacifismo, entre el peregrinaje y el mundo inmovil, entre el misterio del universo y la melancolía del café del barrio, entre el mundano y el asceta, entre la canción y el silencio, entre Dios y el arrabal, entre retratar la realidad y habitar el sueño
Yo soñaba que cruzaba el Sahara, soñaba que iba a conversar con Atahualpa , que para mí era el Buda del folklore. Si sos fiel al sueño, te convertís en el sueño, eso se consigue en el peregrinaje, no te das cuenta y un día sos lo que soñaste; porque en el sueño, Dios te deja ver algo, de lo mucho que tiene pensado para vos, y la felicidad es un deber, porque si no sos feliz estás amargando, por lo menos, a todo el barrio”
Las canciones de Facundo Cabral son plegarias cantadas, misas con estribillos, credos paganos de los caminos que condensan el misterio del eco del templo y el paisaje y el color de los ríos del mundo y el de las biblias de Hotel
La canción tiene que decir eso que dice, ahí está su Belleza, es una piba de barrio la canción, no hace falta que habite ningún palacio, ni que la vista algún modisto, es como una flor silvestre la canción
Vagabundo y señor, nómade de la canción universal y habitante del sentir de la pequeña querencia, Facundo Cabral no cantaba para vivir, vivía para cantar la vida: “Es dificil y raro decirlo, pero este es el final, pero yo soy lo que se va de este mundo feliz, porque hice la vida que quería hacer, porque fui dueño de mi vida y lo seré hasta el último minuto”
Facundo Cabral no mentía, mejoraba a la verdad.

 Pedro Patzer

10/21/2011

DE ESPALDAS AL MAR






"La Pampa nuestra es tan grande, tan extensa que Tata Dios tuvo que ponerle un horizonte, como diciéndole: Pare! Y le inventó un mar, porque si no le inventa el mar, hasta la Antártida llegamos” - dijo Atahualpa Yupanqui
De tanto cantarle a la tierra, de tanto sembrar vidas y cosechar historias en ella, de tanto recoger sus frutos y enterrar a nuestros muertos, de tanto escuchar las confesiones de sus ríos y sus alaridos de petróleo y alud, de tanto visitar sus templos de sequía y sus oratorios de inundación, de tanto cantar el drama de sus habitantes y la magia de sus leyendas, de tanto aprender del silencio de los soles acunados en sus cerros, y de la melodía de sus rituales, de tanto lamentar a los caídos y de celebrar a los redimidos, de tanto vivir la tierra, nuestro folklore le ha dado la espalda al mar.
Para nuestra cultura popular el mar es el etcétera, el punto final del paisaje espiritual, el mutis por el foro del gran escenario, porque los argentinos somos marineros en tierra.
Los viajeros ingleses, al llegar a nuestras pampas, en 1820, exclamaron: Mar de tierra! Tal vez porque nuestra llanura hace preguntas oceánicas, preguntas que el europeo sólo escucha del mar. Quizás porque en nuestra extensa llanura, el cielo roza con su celeste uniforme los caminos, haciendo del horizonte, un espejismo, la utopía entre el camino y el cielo. La Pampa es un viejo mar, reza un poema de Nervi: “Si usted no conoce el sur/ y piensa que es el desierto/ no sabe lo que es La Pampa/ porque ignora su secreto/ La Pampa es un viejo mar/ donde navega el silencio” Lo abismal que significa para un poeta europeo contemplar el mar, es para José Hernández, contemplar la llanura (y su drama humano). La mística de los pescadores, esa mezcla de nostalgia y sabiduría, en nuestro país, la poseen los reseros, arrieros, los payadores. Quizás por eso en nuestro poema nacional, protagonizado por un gaucho, también hace referencia al mar. Martín Fierro, en el contrapunto que mantiene con el Moreno, le exige a su rival, que le explique algunos asuntos del mar, en esta disputa hallamos la mirada que el gaucho tiene del mar:
Y ya que al mundo vinistes
con el sino de cantar,
no te vayás a turbar
no te agrandes ni te achiques:
es preciso que me espliques
cuál es el canto del mar
Y el Moreno le responde:
...Y ayudamé ingenio mio
para ganar esta apuesta;
mucho el contestar me cuesta
pero debo contestar:
voy a decirle en respuesta
cuál es el canto del mar.
Cuando la tormenta brama,
el mar que todo lo encierra
canta de un modo que aterra,
como si el mundo temblara;
parece que se quejara
de que lo estreche la tierra.”
Nuestros viejos buques son carretas, nuestros bucaneros, los bandoleros rurales, nuestras islas desiertas, los pueblos abandonados (luego de la desaparición del tren). Porque el misterio, que en otros lugares se le dedica al mar, en nuestro país lo consagramos a la tierra: nosotros no buscamos la Atlántida en el mar, nosotros buscamos a Ciudad Esteco y a la de los Césares, en tierra. Nuestras sirenas no enloquecen con sus cantos a bravos marineros, nuestras sirenas murmuran vidalas secretas en ciénagas o a orillas del río Dulce, o en lagunas catamarqueñas entonan alabanzas o en los ríos escondidos de los Valles Calchaquíes, desatan bagualas astrales, que enloquecen a baqueanos, que no hallan mástiles ni palos mayores donde atarse.
Nuestra cultura no le puso su acento al mar, decidió dirigir las aventuras humanas tierra adentro, nuestra Odisea no tiene naufragios, ni tempestades, nuestra Odisea tiene gauchos matreros, mujeres cautivas (enamoradas de su cautiverio), chagásicos, hijos de la zafra, campeones de la pobreza, mineros, cerreros, ferroviarios sin trenes, jornaleros del horizonte.
Nuestros faros iluminan a los navegantes de tierra adentro, nuestros faros alumbran al perdido caminante, nuestros faros son salamancas, ermitas a la difuntita o al Gauchito, milongas desesperadas.
Alfonsina Storni, consagrada a la eternidad de la zamba de Ariel Ramírez y Félix Luna, anunciaba en un poema, su trágico destino: “Mar, yo soñaba ser como tú eres, / allá en las tardes que la vida mía/ bajo las horas cálidas se abría...Ah, yo soñaba ser como tú eres” ¿Se imaginan una Alfonsina y la llanura? Una Alfonsina dejándose morir en la inmensidad de la Pampa, una Alfonsina que se hunda en los caminos, que se deje abrazar hasta el final por el oleaje del horizonte. Una Alfonsina que lleguase a las profundidades del silencio de la milonga, una Alfonsina que no acabase entre caracolas, si no entre majadas y pastores, entre vías abandonadas, entre la sed de un paisaje siempre amarillo.
De espaldas al mar, ha nacido y se ha desarrollado nuestra cultura, por eso estamos llenos de anclas, que son cruces de algarrobos; colmados de naves de soja, taperas que naufragan en el mar de la pobreza, y muelles donde los pescadores de parajes, echan sus redes sobre el ingenio y la mina.
Viene siendo la hora, de dar la vuelta y darle la bienvenida al mar, tal vez suceda lo que el poeta porteño, Francisco Luis Bernárdez, advertía: “La tierra ignora nuestras dudas y el firmamento nuestras largas agonías. Sólo este mar que nos comprende puede medir la soledad de nuestras vidas

PEDRO PATZER

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...