9/28/2011

Cerro Bayo: Un libro de Yupanqui, una declaración de finales


Por los caminos van los hombres y las mujeres hacia los cañaverlas abajeños, a cambiar una canción por paludismo” - Cerro Bayo, Atahualpa Yupanqui

Además de ser el gran protagonista del cancionero folklórico argentino, Atahualpa Yupanqui fue uno de los más brillantes escritores que ha dado nuestro país. Sin embargo, como sucede en un país colonizado culturalmente, la obra literaria de Yupanqui (la obra que se corre del gran tópico literario) no aparece en ninguna antología oficial de Literatura argentina (Yupanqui no se codea con Borges, Cortázar, Arlt, Sábato, Piglia, etc) Pero esto es coherente, porque la obra de Atahualpa Yupanqui está en las heridas del minero, del arriero y en todo lo que el kolla calla en el cerro (lugares donde la literatura argentina canonizada ha llegado muy pocas veces)
La literatura de Yupanqui, es después de Martín Fierro y Facundo, la obra más argentina que se haya escrito. La de José Hernández y Sarmiento fueron cantos desesperados, Cerro Bayo, también: “El canto tiene la emoción de un hombre y la desesperación de un niño”
Atahualpa Yupanqui, el que solía decir que el hombre es la tierra que anda, se ha vuelto canto que anda de copla en paisaje, de silencio en guitarra y de memoria en libro. Atahualpa urdió una obra literaria como Cerro Bayo, capaz de modificar para siempre, la geografía espiritual de su pueblo, cuál cartógrafo de querencia, que traza los planos humanos del corazón de su gente. ¿Creés que estoy exagerando? Lee esta frase:
“Así como el alma humana precisa de la belleza y del dolor para crecer, el grano necesita, para vigorizarse, de la música total del árbol, de la hierba, del río y del viento”
En esta cita, Atahualpa, de alguna manera resume el espíritu de su obra, el idilio de la naturaleza con el alma humana, la idea de que la copla tiene un paisaje humano (“Mi copla tiene un paisaje”, Vientito de Tucumán)
Técnicamente, Cerro Bayo es una novela de Yupanqui, pero en realidad, Cerro Bayo es una especie de manifiesto de los caminos y los vientos, un alarido en capítulos de cerros, un volcán de párrafos y silencios. ¿Acaso cómo explicaríamos, con argumentos prosaícos, una frase como esta?: “Cerca, el zaino se está comiendo el paisaje, poco a poco” Yupanqui nos invita en esta oración, a comprender que el paisaje es alimento, alimento de los paisajes vivientes, como los caballos, Atahualpa nos invita a una discusión de paisajes: ¿Cuál es el paisaje de quién? ¿Quién es el paisaje de qué?
“Nunca conoció a su padre. Desde niño sólo vió a su lado a esa mujer callada, morena, de oscuras polleras...que le enseñó a sembrar, a arar, a conducir el rebaño, a elegir los pastos, a distinguir desde lejos los animales y los hombres, y sobre todo, le enseñó a callar”
Cerro Bayo es un tratado sobre las lejanías humanas, un intento de habitar el eco de la intemperie del cerrero y el vallisto, una manera de traducir la biografía del corazón de piedra del cerro:
“El cerro les ha dado fuerza para no hundirse. La piedra les prestaba dureza ante los años y el dolor. El viento les aconsejaba música, y del fondo de la sangre les calentaba el cuerpo y el alma una antigua esperanza recóndita”
El cerro y el hombre, dialogan siglos de soledades, edades de baguala y piedras, delimitan donde comienza y acaba el río del silencio, Yupanqui media entre el canto del hombre y el eco del cerro:
“El canto es más arisco y es más libre que el hombre. El hombre vive en una cárcel de piedra y cielo, con una senda que sube, con un camino que baja. Puñal azul, el canto desbarta las nubes. El alma del arriero se preña del silencio para parir una canción en la noche. El hombre sigue siendo un pedazo de cerro que se ha echado a andar”
En Cerro Bayo, Atahualpa se transforma en una especie de peón del silencio y pastor humilde de la música que apenas es un poco más que silencio, música como la baguala:
“¡La baguala...!/ Ningún hombre mejor, ninguna marca más aparente/ para señalar el canto arisco de nuestras montañas/ ¡baguala...!/ No hay cantar que esconda más soledad ni más infinito que ese alarido musical de los jinetes del cerro. La baguala precisa de la soledad, como la estrella precisa de la sombra, para brillar mejor”...“baguala, canto de los solitarios que precisan evidenciar su presencia en la montaña, ángelus dulce y salvaje en la mediatinta del ocaso, fruto sonoro de un corazón sazonado de silencios y destinos”
Música como el bailecito: “El bailecito ha venido de arriba, del altiplano. Ha venido llorando ausencias en las quenas y riendo fiestero en las cuerdas de los charangos”
Cerro Bayo, no es una declaración de principios, más bien diría una declaración de finales, pues en esta obra, queda claro que hay una frontera humana, un camino que vive y envejece, un mapa que anda (sangra, respira, ama, muere): “Jamás fue más allá de las lomas donde pastan los rebaños”
Este filósofo de la vidala, que fuera Atahualpa Yupanqui, se atreve en esta obra, como en todas sus obras, a ser un alquimista que hasta resuelve con Belleza, el asunto más complejo, la muerte: “Se está produciendo un reventón de estrellas. Si parece que Pachamama colgara del cielo, en cada atardecer, las espuelas de todos los gauchos que desertaron de la vida” Sin embargo, Yupanqui, resuelve con Belleza el asunto de la muerte porque antes ha solucionado el tema del vivir: “El hombre es el hijo poderoso de Pachamama, aunque vive prisionero de la garra cósmica del cerro. Puede matar al pájaro y derribar el árbol. Pero precisa al sol para su vida, al árbol para su sueño y al ave pasa su canto”
¿Qué decir de un libro que nos enseña del país de los cerros, ideas como esta?: “En esa academia de andares y sufrires se acomoda el montañés para pasar su vida con alguna palabra, con algún silencio”
Lea Cerro Bayo y seguramente comprenderá, por qué ciertas cosas le producen rechazo: “El dolor del indio no es una frase a la que recurren obligadamente los literatos indigenistas y los trovadores camperos. El dolor del indio de nuestras montañas es auténticamente un sufrir y un callar gigantescos. Tal vez convenga a las clases “elevadas” explotar líricamente la pena de nuestros kollas. Tal vez convenga tener en casa un buen óleo del chango aguatero, del tocador de quena, del pelador de caña o del domador quebradeño. En las pinturas no se fija el sueldo de esos hombres que dan su vida entera para cuidar la siembra, las ovejas, las haciendas y todo lo ajeno e inalcanzable que tiene la tierra!”
Cerro Bayo no es sólo un libro de Atahualpa Yupanqui, es un espejo remoto de la intimidad de nuestro origen, del tamaño de la ancestral herida, de nuestro ripio cultural, tal vez el espejo del lento paso de los que habitan el cotidiano silencio de Dios y el continuo balbuceo de la Pachamama.
Abrace Cerro Bayo, quizás pueda ponerle nombres a muchos dolores que antes anduvieron como nadies

Pedro Patzer

9/19/2011

LOS MENDIGOS



“Hermano de gaviota, suerte de caracol./ Cegado por mil soles, besado por mil vientos, de andar triste y cansino, cual marcha de reloj.” escribió Ivo Pelay e inmortalizó el cantor de las cabecitas negras, Antonio Tormo
Cuando la mayoría se va a la cama (no a amarse, sino a dormir, a dar vueltas en el insomnio existencial o a contar ovejas del mismo rebaño, siempre del mismo rebaño) la ceremonia secreta de los mendigos se desata:
Lunas de cartón (satélites que eclipsan en destartalados changuitos de supermercado) latas donde los otros caviares sacian el otro hambre (el del agujero negro en el alma, el del fondo blanco en la mirada); botellas donde los brevajes de lejanos mundos, son posibles en este. Manjares heridos (panes de los más duros milagros, panes que no se mutiplican, más bien, panes que dividen) rosarios de monedas con los que oran los Cristos de la intemperie, naufragios dentro de botellas (donde el océano de vino barato jamás ofrece tablas, ni balsas) colchones donde Adán y Eva jamás morderían la manzana, esquinas donde la patria de los perros flacos declara su independencia. Porque mientras los edificios enseñan su desvelo de hormigón, los mendigos urden los otros monumentos de la ciudad, algunos dedicados a los próceres de los lunes en la conciencia, otros inspirados en las batallas históricas entre la publicidad y la Libertad interior, algunos más modestos que recuerdan el buraco en el alma de los pulcros cancilleres de la soledad y otros, santuarios del hueso que sobra del día, ermitas de las limosnas imposibles

Entre los carteles de comida light, un mendigo piensa:

- existirá el hambre light?

Entre la multitud ,que ante la primera gota carga sus paraguas y dispara al cielo, el pordiosero abre su boca y deja que la sed se apacigue (las lágrimas del cielo no son saladas)
Entre la multitud que se apretuja por llegar primera a la nada, los mendigos miran el otro reloj, el del sol en las fotografías , el del pájaro en la rama, y dejan que el verdadero tiempo los abrace
Los mendigos son pescadores en el mar de cemento, ellos saben cuando el oleaje de ciudad está apto para las delicias, aunque a veces sólo consiguen pescar zapatos rotos, zapatos de un viejo caminante que cruzó más allá del mapa (los hombres que consiguen habitar el más allá de los mapas, son automáticamente desterrados por los cartógrafos y por los censistas)
Los mendigos hacen sus nidos en los museos de la indiferencia, ahí, donde muchos miran al costado, y otros tantos creen que nada tienen que ver con la pobeza de esos hombres que arrastran las viejas banderas del mundo que perdimos, cada vez que alguien pasa hambre.
“Llevando como el caracol/ la casa a cuestas y al azar,/ van los linyeras, todos los días.” - vuelve a cantar Tormo, mientras los mendigos continúan siendo el paisaje invisible de muchos, y la ciudad misma de la conciencia, para otros.

PEDRO PATZER

9/06/2011

LA TABLA DEL NÁUFRAGO

Creía que sabía bastante de poesía, que estaba aprendiendo algo de los secretos de la vida, que ya no me dolería tanto la vieja historia de abismos y soledades humanas, pensaba eso, y muchas otras cosas que suele dictar la arrogancia propia de intentar domesticar la canción salvaje (de adentro). Hasta que el poeta Edgar Morisoli me recibió en su casa de Santa Rosa, y me hablo del náufrago y su tabla


¿Cómo es la tabla del náufrago? ¿cuántas son las tablas, y cuántos son los náufragos? ¿A qué tablas y a qué naufragios se refiere Morisoli? ¿Qué naufragio ha contemplado el poeta, a mitad de la Pampa? ¿Qué tabla puede rescatar al náufrago de llanuras? ¿Que mar secreto arroja a la odisea al náufrago del horizonte?

Morisoli entiende la poesía como tabla del náufrago, acaso la imaginación ante la pobreza del realismo, acaso la esperanza del vencido, el silencio del derrotado, por eso dice: “Poesía, tabla del náufrago, errante providencia que el azar de las olas, arrima a tu orfandad”

¿Cómo un hombre venido del desierto, puede poblar el lenguaje de tanta vida? - me pregunto yo, que vivo entre pasajeros de ascensores y teóricos de la comunciación social, que moran en ciudades pero que no hacen más que ser los reyes midas del desierto (todo lo que tocan lo llenan de desierto) ¿Acaso la vida yerra por el desierto, peregrina por el lenguaje hosco del caldén, por los atardeceres de llanura que no son contemplados por nadie?

“Ciñete a ese madero/ que pasa, no permitas que se aleje” – reza Edgar Morisoli, rogando que el náufrago abrace la tabla, que el poeta estreche su destino al poema, que el devoto se aferre a su Dios; que el cartógrafo a sus mapas, que el oficinista a sus vacaciones (donde aprovecha para escalar cerros, emborracharse y leer el último best seller, creyendo que en esos quince días autorizados por el jefe de recursos humanos de la empresa en que trabaja, cambiará su vida gris)


La poética pampaena de Edgar Moriselli está poblada de páramos, caldenes, rios enlutados, himnos de arena, sombras, memorias del oeste y pájaros, pájaros como la diuca (pájaro que canta antes del amanecer, pájaro que con su canto hace amanecer)

La palabra de Moriseli está colmada de sal, vientos, humo de otoño, arena, barro , silencio alfarero y poblada de personajes como el baqueano Simón Peletey; Ofelia la paisana (más conocida como Ofelia del oeste); la abuela Maica (siempre acompañada de su pena, cruzando la arena del viejo salar) y Patrolina Pérez (la que de sus amores fue cautiva).

Sin embargo lo que más caracteriza a la poesía de Morisoli, es su nostalgia por el otro mar. ¿Cómo un poeta de la Pampa va tener arrullos de mar? Sí, la poesía de Edgar Morisoli (nacido por primera vez en Santa Fe y por segunda y definitivamente en La Pampa) tiene nostalgia del otro mar, tal vez del mar de ayer, quizás del océano de mañana, el que siempre está por llegar a La Pampa.

Porque si bien dicen que la Pampa es un viejo mar, les aseguro que después de leer la poesía de Edgar Morisoli, La Pampa se vuelve el mar que siempre está por llegar.

Pedro Patzer

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...