7/28/2011

En Buenos Aires, muy poca gente mira para arriba


Setenta balcones hay en esta casa, / setenta balcones y ninguna flor./ ¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?/ ¿Odian el perfume, odian el color?” escribió Baldomero Fernández Moreno

En Buenos Aires, muy poca gente mira para arriba.

Haga la prueba, levante la mirada y verá que hay cosas que todavía no ha contemplado:

la anciana tendiendo la ropa en el balcón (pareciera abrir las banderas de rendición de todas las batallas que los oficinistas jamás han librado) las nubes destrozando de fragilidad a los modernos y estériles edificios (los pájaros se niegan a anidar en ellos, aunque nadie dudaría de que un cazabombardero pondría, tranquilamente, allí, sus huevos de la muerte) las cornisas solitarias (a veces en ayunas de suicidas, aunque ellas, ya están cansadas de los idilios breves que estos románticos del morir, suelen ofrecerles) Las campanas que a menudo presentan un negro de luto (¿del canto de quién serán viudas las campanas?) chimeneas que hace tiempo dejaron la pipa pero se hicieron adictas al óxido del atardecer urbano; antenas de colores (que quizás alguna vez reciban mensajes de otros mundos, mundos donde sea más importante la existencia que la profesión) veletas de gallos escondidas entre cables (tal vez como los amaneceres rutinarios de los hombres que nunca despiertan, o que creen que un despierto es sólo eso que pulula por las horas posteriores a que suena el despertador) antiguas buhardillas, hoy clausuradas al público, pero que tienen como inquilinos a fantasmas (que por las noches recitan odas de la Misteriosa Buenos Aires que perdimos). Aviones con asma de la lejanía (que los vendedores ambulantes de la terminal de Retiro sueñan abordar, luego de vender todas sus medias, pilas y linternas) tanques de agua (que son los monumentos al desasosiego porteño, monumentos esculpidos por los artistas de la sed) leones de adorno (que en tantos años de cemento, ningún domador del asombro ha podido rescatar de la jungla de la intemperie) hierba que crece en las torres con relojes (los relojes y la hierba son amantes, que cada tanto tienen hijos eternos) y francotiradores que en las azoteas envejecen esperando a su Kennedy cotidiano.

Cuando camine por Buenos Aires, mire para arriba, quizás en el barrio de Flores encuentre los viejos molinos de viento que el quijote de las aguafuertes, Roberto Arlt, contemplaba taciturnamente (aunque él no veía gigantes, sino pequeños hombres que eligieron un progreso, que entre tantas cosas, se cargara los molinos de viento)

Mire para arriba, no le de tanta importancia a los cordones, que los gorriones han aprendido lunfardo y suelen practicarlo sobre las solemnes estatuas, y en las cúpulas de las antiguas iglesias, hallará ángeles celebrando el paraíso de la telaraña; mire para arriba que todavía es necesaria la poesía de Baldomero: “La piedra desnuda de tristeza/ ¡dan una tristeza los negros balcones!/ ¿No hay en esta casa una niña novia?/ ¿No hay algún poeta lleno de ilusiones?

Mire para arriba, que en los cables de tensión las torcazas se animan a hacer nidos, como las flores a burlarse de las herrumbrosas rejas y los mendigos a hacerse dueño de todo el cielo, que los que se creen ricos, desprecian.

Mire para arriba porque abajo cuesta más amanecer

Pedro Patzer

7/22/2011

LAS CASAS PERDIDAS


"Me asustan las casas que yo habité: tienen abiertos sus compases de espera: se lo quieren tragar a uno y sumergirlo en sus habitaciones, en sus recuerdos” - escribió Pablo Neruda
Las casas del pasado tienen hambre, ellas se alimentan de versos quietos y canciones dormidas: ¿será el corazón del artista, aquella casa perdida en la nostalgia? ¿Será aquella arquitectura de la niñez, aquella morada de madera e íntimo lucero, miel de la futura melancolía?
“Las casas nuevas están más muertas que las viejas, porque sus muros son de piedra o de acero, pero no de hombres. Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla” (César Vallejo)
Tapera, proviene del guaraní. Ta: pueblo y Puerá: se fue. Por esas cosas que tiene la etimología, tapera viene hacer algo así como un pueblo que se fue, en una casa derruida. Aunque los profesionales de las definiciones nos señalen que tapera significa: “Casa o rancho en ruinas y abandonado”, yo prefiero pensar que cada vez que una modesta casa agoniza, algo de su pueblo muere con ella.
“Cuando el sol en el río/ vertió su lumbre primera,/ se vió una sombra ligera/ en occidente ocultarse/ y el alto ombú balancearse/ sobre una antigua tapera”(Rafael Obligado)
Las primeras casas, escuelas del azul, acuarela que por siempre persistirá en el papel en blanco de los días, monumentos de lo amarillo. Casas de niñez, parra y galería, casas con aroma a guiso y primera novia, casas donde el crepúsculo se confunde con la campana, el tanque de agua y el aljibe; casas donde las lluvias no logran vencer a las rayuelas, casas perdidas, casas que a mitad de la vida, nos enseñan la broma de la vieja eternidad
“Yo enviudé de tantas casas en mi vida y a todas las recuerdo tiernamente. No podría enumerarlas y no podría volver a habitarlas porque no me gustan las resurrecciones” ( Pablo Neruda)
Casas donde aprendimos que hay un viejo llamado mar, que siempre nos espera con sus historias de naufragios y soledades/ Casas donde los amarillos billetes del otoño sobornaron nuestras primeras melancolías/ casas donde la muerte nos hizo sus primeras preguntas/ casas donde la vida sembró su gran semilla
“Todos han partido de la casa, en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda, sino ellos mismos. Y no es tampoco que ellos queden en la casa, sino que continúan por la casa” (César Vallejo)
Casas donde nuestros juguetes comenzaron a envejecer/ casas donde la artesanía de la siesta y la minería de la plegaria/ casas donde la tarde del abuelo y el sacramento del mate cocido/ casas donde el jazmín y diciembre/
“El espacio, el tiempo, la vida y el olvido, no sólo invaden con telarañas las casas y los rincones, sino que trabajan acumulando lo que se sostuvo en ciertas habitaciones: amores, enfermedades, miserias y dichas que no se convencen de su estatuto: aún quieren existir. No hay fantasmas más terribles que aquellos de los antiguos jardines” (Pablo Neruda)
Casas donde aprendimos la historia del silencio / casas que envejecen como héroes/ casas donde se inculca el antiguo secreto del invierno en el abrazo/ casas donde el misterio del pan y la inclemencia del reloj/ casa donde el eco de Dios y el bostezo del fantasma/ casas donde la uva y el alarido del vino/ casas donde la hierba de la infancia continúa creciendo solitariamente


PEDRO PATZER
PUBLICADO EN http://www.boletinfolklore.com.ar/

7/12/2011

LOS CONQUISTADORES DE ESPÍRITUS


“Los conquistadores de espíritus eclipsan a los conquistadores de provincias”- escribió Víctor Hugo
Hay situaciones y sensaciones que nos hacen comprender lúcidamente a los conquistadores de espíritus. Ante pasiones extremas, entendemos como nunca a Shakespeare (que urdiera personajes que ofrecían su alma, como limosna de tragedia) ante desolaciones crónicas, nos hacemos más amigos de la poesía de Discépolo, esa que entre otras cosas pregunta: “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?” ante las feroces batallas del silencio, nos sentimos interpretados por los versos de Ricardo Nervi: “La Pampa es un viejo mar/ donde navega el silencio”, quizás porque a veces nosotros somos esa pampa, donde el silencio inicia su travesía cósmica, donde el silencio hace nido, donde le crecen las alas, donde empolla sus huevos, donde...donde...donde...
Los conquistadores de espíritus nos enseñan a sublevar nuestra mirada, a ver dónde está la auténtica riqueza:“¿Quién tiene tanta riqueza como la tiene el Tamayo? /Alguna vez tuvo pilchas y otras vez tuvo caballo” (José Larralde) Ellos nos dan las herramientas para que consigamos habitar el otro misterio de los hombres: “Hay gente que con solo dar la mano/ rompe la soledad, pone la mesa,/ sirve el puchero, coloca las guirnaldas;/ que con solo empuñar una guitarra/ hace una sinfonía de entrecasa.” (Hamlet Lima Quintana) Porque los conquistadores de espiritus, no se conforman con la hoja en blanco, o con el accidente del despertador y el legajo, ellos propician la búsqueda de la bebida que alivie la sed eterna de los mortales, son moradores en los ríos secretos de la pasión humana: “paseamos complicados sueños/ y naves que interrogan el abismo” (Jorge Calvetti) Porque ellos, los conquistadores de espíritus, revelan con su presencia la existencia desnuda, nos invitan a quitarnos el ropaje con que nos han condicionado la “cultura” y “educación” y nos proponen regresar al primer territorio del ángel: “Hoy vuelvo/ a la dulce memoria del ángel que fui un día/ a su inefable territorio.../a las palabras únicas/ que nunca escuché luego/ y creía olvidadas para siempre” (Aledo Luis Meloni) Los conquistadores de espíritus nos enseñan que las únicas banderas que valen la pena, son las del otoño: “El otoño perdía sus pañuelos/ cuando un lejano perfume de canela/ despertaba en tu sueño” (Manuel J. Castilla) Los conquistadores de espíritus, los que en tiempos de desesperación, nos indican el camino de la esperanza: “ y este camino no regresa nunca, va simplemente/ como la distancia/ hacia el carozo azul del horizonte/ donde me aguarda el hombre y su esperanza”(Armando Tejada Gómez)
Los conquistadores de espíritus, aquellos que nos prestan la brújula humana, los que nos reclaman que elevemos el otro corazón, hasta hacernos dueños de los cuadernos del horizonte: “Y por qué no buscar siempre/ lo que es parada en un camino,/ lo que hay de otoño en un verano, lo que hay de ardiente en lo más frío,/ lo que es sonrojo en unos labios,/ lo que es Recuerdo en el Olvido,/ lo que es pregunta en la respuesta,/ lo que es jadeo en un suspiro,/ lo que es vital de esa alegría,/ de esa tristeza en que vivimos.” (Elvio Romero)
Los conquistadores del espíritu, los que nos convocan a pelear por la Belleza, los que nos alientan a nacer de nuevo en lo que hacemos, los que nos recuerdan todo lo que debemos olvidar, para comenzar a ser nuestro destino.

Pedro Patzer

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...