3/31/2011

Hombres que nos hablan desde la otra orilla del Río








Sin embargo, la voz está presente/ en una simple hoja agazapada, / en esa estrella que se cae del cielo, / en esa arena que parece nada” – escribió el poeta Ignacio Anzoátegui.

Hombres que nos hablan desde la otra orilla del río, como si reconocieran la voz de la herida humana o los secretos soles que trafican en las ciudades del insomnio, los polizones de la noche. Hombres que en sus silencios cobijan el último alarido del mundo (en sus silencios componen mares poblados de monstruos líricos, océanos donde los viejos capitanes eligen que descansen sus cenizas y mares que no aparecen en los radares de los buques de guerra y los portaaviones) Esos hombres que nos hablan de la otra orilla del río como la mano del sepulturero, acaricia (pese a su tenebroso oficio) a su mujer o la voz del que lee la sentencia, reza una plegaria en su íntima morada. Esos hombres que nos hablan desde la otra orilla del río, sabiendo que los verdugos administran la realidad, sin embargo esos hombres nos dan el mapa del milagro, el pájaro del próximo cielo, el canto que declarará la paz entre el ruido del bombardeo; porque esos hombres que contemplan la vida desde la otra orilla del río, saben dónde el desierto hace su nido, dónde la resignación entierra su semilla, dónde la primavera se siente equivocada, por eso antes de apostar nuestro misterio en la lotería cotidiana, debemos mirar hacia la otra orilla, allí, donde la calma de ellos, cobija a todos los desesperados, y sus miradas, a todas las cegueras del mundo, y sus esperas, a todas las ansiedades por el Mesías, y sus edades a todas las eternidades anheladas. ¿Qué quiénes son los hombres que nos miran desde la otra orilla? ¿Qué cómo llegamos hacia allí? Hallalos empuñando una utopía, poblando las líricas comarcas, sublevando vidas apagadas, rebelándote ante la agonía establecida, cambiándole el nombre a todo aquello que se parezca a la nada


Pedro Patzer, marzo de 2011

3/09/2011

LA POESÍA



“…ahora canta el ruiseñor del griego al fondo de los siglos…” – escribió Juan Gelman
Desde el primer hombre que habitó este planeta , hasta el niño que en este momento está descubriendo la existencia de una palabra a la que se le puede poner alas (palabra rebelde que se hace amiga de otras palabras y que juntas le declaran la guerra a las letras que viven cómodas, unidas en el lugar donde las cosas sólo significan, lo que aparentemente son) la especie humana ha buscado hallar el corazón de la palabra, el hueso del verbo, el alma salvaje y angelical del lenguaje.
No todos los humanos descubren la verdadera naturaleza de la Poesía, que nada tiene que ver con fórmulas literarias de manuales de secundario o con sentencias de viejas filólogas solteronas (o casadas con hombres que siempre hicieron lo que el mundo les dijo que era correcto)
La poesía es el único lenguaje inmortal que alcanzan los mortales, es la herramienta que el hombre tiene para sacar un rato a Dios de su silencio y recordarle que Cristo padeció la tentación humana en el desierto y el desasosiego de esta especie al exclamar: “…Padre, por qué me has abandonado…”
La poesía es el alfabeto divino en boca de los hombres y a la vez es el lengua mundana en boca de los dioses. Ella vive de la paradoja: la hace el sabio griego y el adolescente que termina vendiendo armas en África. Por eso hay Poesía para todos los gustos, desde la cursi hasta la filosófica, desde la rimada hasta la libre, porque el poema es un animal sagrado imposible de domesticar, nadie puede ponerle nombre a este animal, nadie puede definir exactamente su morfología.
Así es que la escuela y los administradores de la cultura oficial, no consiguen comprender verdaderamente la naturaleza de la Poesía, porque el poema sólo se aprende ahogándose en él, respirando en sus habitaciones, bebiendo de su vino y de su cicuta, oliendo sus flores nuevas y las marchitas, saboreando el néctar de su misterio, hallando en él a nuestros muertos y a los hijos que no tuvimos, descifrando en su fuente los cantos desesperados del hombre, encontrando en sus partituras secretas las otras sinfonías de la vida.
La poesía es el faro ante el naufragio constante del espíritu humano; por más que el mundo afirme que no es necesario que esté continuamente titilando, su presencia es fundamental para que todos los náufragos del mundo adviertan, que siempre la Poesía está iluminando en la marítima noche de la pasión humana
Pedro Patzer, finales de febrero 2011

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...