11/16/2023

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer



10/01/2023

Los nombres de la soledad

Si supieramos todos los nombres que tiene la soledad

estaríamos menos solos

La soledad tiene varias ropas, diversos paisajes,

distintos colores, muchas voces

pero sobre todo demasiados equipajes

equipajes que a veces arrastramos con nuestro corazón

y otras se vuelven parte de nuestro cuerpo

A veces la soledad es la infancia varada en el silencio

y otra, el otoño intentando colonizar nuestra mirada

La soledad es un libro olvidado en la casa que ya no existe.



Pedro Patzer

1/09/2023

Canibales de la propia identidad

 No hay peor orfandad para un pueblo que la del olvido de su identidad.

Sin identidad el horizonte es lo que pudo haber sido, porque la identidad siempre es lo que podemos llegar a ser, gracias a lo que fuimos.
Si un pueblo no conoce la identidad de su río, de su selva, de su montaña, será fácilmente convencido de hacer de aquellos tesoros de la naturaleza, lo que la lógica internacional del comercio proponga; deforestación, papeleras, minería a cielo abierto. Así los pueblos ricos (de Pacha) se vuelven pobres. Cuando los pájaros no tienen màs àrboles en los que cantar, y la lluvia ya no se inspira en la selva y los rìos mueren de su propia sed, el ser en el mundo de los pueblos comienza a acabar
Del mismo modo pasa con la cultura, cuando nos enamoramos solo de las aventuras de las series que transcurren en manhattan, Londres o Parìs y dejamos de sentir que nuestra tierra es el escenario de la aventura más crucial de nuestra vida: nuestra existencia en la historia, comenzamos a ser espectadores pasivos de un mundo que todos los días de desmorona como niña que deshoja un ángel
En estos tiempos en que hordas de terraplanistas polìticos han intentado un golpe de estado en Brasil, a semanas en que similares individuos intentaron asesinar a la Vicepresidenta de Argentina y luego del derrocamiento de Evo Morales, podemos inferir que estos hechos claramente no son aislados, sino que responden a un trabajo de despoblar a los pueblos de sus identidades.
Cuando los autènticos espejos son reemplazados por las pantallas de celulares, tevès y otros artefactos que repiten todo el dìa lo que los dueños del mundo dictaminan, pues entonces los pueblos se vuelven canìbales de su propia historia, canìbales de su propia identidad
Pedro Patzer, escrito en caliente (sepan disculpar

5/06/2021

Cultura Popular, Madre de los Vientos


por Pedro Patzer 


La cultura popular es Huayra Puca, la madre de los vientos, de nuestros vientos rebeldes que golpean y golpean y golpean el alma de nuestros propios muros, hasta hacerlos piedras de nuestras verdades. Por eso el zonda, el pampero, la sudestada, el viento blanco y el viento norte,  enloquecen a los que sobreviven en la trinchera de la “cordura”, que no es otra cosa más que aceptar formar parte del elenco estable del olvido. Porque estos vientos llevan y traen, traen y llevan, el balbuceo de diosas y dioses más antiguos de estas tierras, aquellos que fueron escondidos junto a sus idiomas secretos y que se convirtieron en cantos clandestinos y salvajes hechos de palabras que jamás podrán encerrar los calabozos de los diccionarios de las reales academias,ni en la “civilidad” de los que siempre proponen renunciar a la identidad. Estos vientos, que agitan las otras banderas y sostienen el alma de las argentinas olvidadas, esparcen semillas que harán florecer porvenir en lugares que parecían condenados a la resignación del desierto y al mausoleo de los pulcros, o para decirlo en criollo: a la comodidad cultural de los indiferentes.

La cultura popular es Huayra Puca porque que además de ser la madre de los vientos rebeldes, tiene la capacidad de transformarse en otras divinidades, a veces canta solitariamente como Martín Fierro, otras, como baguala desesperada, cada tanto se vuelve Maradona, Evita, Leonardo Favio, Mercedes Sosa aunque generalmente deviene en personas anónimas: las hijas e hijos de la Madre de los vientos son los hacedores silenciosos de las memorias del pueblo ¿Acaso los verdaderos hijos e hijas de la cultura popular han mencionado, siquiera, alguna vez la palabra cultura? Las y los que hacen la cultura no suelen hablar de cultura, ellas y ellos son cultura. Aman, trabajan, cocinan, danzan, visten, se desnudan, resisten al olvido, despiden cantando a sus muertos. Los vientos rebeldes esparcen semillas sin preguntarse ¿por qué?, semillas que harán florecer verdades que ya nadie podrá detener. Y así llevan de un lado a otro los nombres prohibidos que siempre regresan como plegaria secreta o copla desdentada, en cambio los nombres que nos obligan a repetir de memoria, jamás se convierten en plegaria o canto. Nadie canta a los que sumergen al pueblo en la prosa de la resignación, el pueblo canta a los que les dan la posibilidad de ser y estar, de soñarse a sí mismos, de reconocerse genuinamente. De hecho hay coplas anónimas dedicadas a Felipe Varela, Chacho Peñaloza, Facundo Quiroga mas ninguna a Bartolomé Mitre ¡El pueblo sabe que su canto es la memoria del futuro! ¡El pueblo escribe su historia cantando!

Si cantar es rezar dos veces, como manifestaba San Agustín, los que han inspirado a nuestro pueblo no pueden , entonces, sorprenderse de que la gente los haga santos al cantarles. Hay una hermandad en el canto y la fe. Yo me siento hermano del que lleva en su billetera una estampita de San Cayetano, y le canta en las madrugadas de desocupados de Liniers, este santo oficial y venido en barco, se ha convertido casi en un santo pagano, su verdadero templo está en la vigilia de los desheredados. Del mismo modo me siento culturalmente cercano de quienes se detienen a mitad de la ruta para dejarle una botella de agua a la Difunta Correa, ese reconocerse hijo de la sed es también comprender una de nuestras identidades, o el que le ofrece un cigarrillo a la ermita del Gauchito Gil, un pucho suele ser una contraseña entre los desesperados. No puedo dejar de mencionar todo aquello que significa un misachico, una procesión en la que el pueblo marcha al compás  del retumbar de bombos y cantos, y saca al santo de la parroquia para llevarlo ante el río seco, para que vea con sus ojos sagrados que el río se ha ido. A los pocos días llueve y el río regresa, como el santo a la parroquia. Siento que esa gente es la verdadera cultura. ¿Es posible la cultura popular sin fe? ¿Será eso lo que la diferencia de la “alta cultura”? ¿Será que la cultura popular tiene devotos, que no necesitan alardear con sus conocimientos porque esos saberes son los que los hacen resistir, y ser? Pero sobre todo, sobrevivir. La Fe de la cultura popular que canonizó a Gardel, Gilda y a San Pugliese, pero también que hace que Horacio Guarany, como  otros elegidos, por ejemplo, el Indio Solari, sean padrecitos de miles de huérfanos culturales. ¿A qué orfandad me refiero? Los nietos y nietas de los abuelos quichuistas, abuelas que hablaban en guaraní o en mapudungún, o en cualquier otro idioma nativo y que fueron obligados a olvidar las voces de sus mayores. Y no fue solo olvidar idiomas, fue enterrar toda una cosmovisión que esas lenguas representaron: la Pachamama, La Tierra sin mal, La Ñuke Mapu. Este no es un país pobre, es un país empobrecido, que es realmente distinto. Y es empobrecido culturalmente. Si a alguien le niegan su origen, le cambian su verdadero nombre, le esconden los hechos, el amor y la sangre que lo hicieron llegar hasta aquí, y le sacan su tierra donde pueda surgir el dios maíz, pues no hacen otra cosa que levantar estatuas al olvido, que casi siempre lleva el nombre del que  escribe la historia oficial. Entonces los pueblos que tenían nombres indios o gauchos pasaron a tener nombres de militares que ayudaron a la conquista del olvido oficial, o el de estancieros o ferroviarios ingleses, para que los "civilizados" no sientan la profunda melancolía de ser  errantes por el fin del mundo, teniendo en cuenta que quienes confeccionaron los mapas sentenciaron que el mundo empieza desde el norte. No es casual que el "templo" de la alta cultura argentina se llame "Teatro Colón"

Hay otros mapas que gritan que el mundo empieza desde cada rincón de la memoria, desde ese eco que viene de lejos que muchos llevan por siglos en sus miradas, otros en el color de su piel, en los rostros parecidos a las piedras de los antigales. 

La cultura popular es la madre de los vientos que revela los colores de los invisibles, nos enseña el camino del yo en los otros, que nosotros empezamos a ser en los otros, que nuestra identidad comienza siempre en nuestros distintos. De modo que ella recupera a personajes escondidos por la historia oficial, ya que el lawfare viene de antes, hubo un lawfare histórico, que algunos artistas, por ignorancia o por corresponder al poderoso mandato de la historia oficial, replicaron, tanto que una  célebre zamba de José Ríos y José Juan Botelli, popularizada por Los Fronterizos, que se supone era un conjunto de izquierda,  trataba de asesino a Felipe Varela: "Galopa en el horizonte,/ Tras muerte y polvadera/ Porque Felipe Varela/ Matando llega y se va” Esta zamba que fue coreada en festivales, peñas, campos y casas de todo el país, es una muestra de cómo la “civilidad” de los cuerdos, la que administra la cultura oficial, es una renuncia a la identidad:  trata de sanguinario a una persona que, entre otros actos, alzó su voz contra la guerra de la Triple Alianza, en el manifiesto que Felipe Varela, lanzara en enero de 1868. Del mismo modo ha sido invisibilizada, de los manuales de la historia oficial, la Vuelta de Obligado, de la que Rosas fue protagonista y al que estos libros escolares sólo han asociado a la Mazorca, y nunca al acto de soberanía nacional por el que San Martín le regaló su sable. Curioso es que a Rosas la historia oficial sólo lo recuerde con las manos manchadas de sangre, pero al que festejó el degüello y la exhibición de la cabeza del Chacho Peñaloza en una plaza de Olta, lo llamen “Padre de la educación argentina”. La historia oficial la escriben los que ganan, aunque la cultura popular, regresa con sus versiones de la historia. Las coplas que el pueblo canta; las difuntitas milagrosas y los Juan Moreira que de su alma surgen; los gauchos que no sólo se niegan a ir a la guerra contra hermanos, sino que también se hacen protagonistas del poema nacional y santos paganos.  

Santos Vega es el mito que narra la derrota del payador más importante de todos los tiempos frente al diablo, al que llamaban Juan sin ropa, no porque anduviera desnudo, sino porque no vestía de gaucho ya que era el forastero. Algunas lecturas dicen que representa al progreso, aunque prefiero leerlo como a la colonización que viene a avasallar a la cultura propia. De todas maneras la victoria del diablo, o de Juan sin ropa, es pírrica, ya que Santos Vega, según el mito popular, aparece, en cada atardecer rural, como espectro, payando contra la prosa de los historiadores oficiales, administradores de “la realidad”, en la que el “nosotros” siempre son unos pocos, la aristocracia de la memoria oficial ¡Otra vez el canto es el triunfo de los vencidos! ¡La muerte no pudo callar el canto del payador!

Los hijos e hijas de Santos Vega somos sobrevivientes culturales, no sólo los aborígenes, y gauchos,también los y las que decidimos nacer en la historia, y no sentirnos europeos viviendo un exilio cultural en este extraño y mágico continente, como la aduana de la cultura o la cultura oficial siempre nos ha enseñado a sentirnos. “La cigüeña nos trae de París...Mambrú se fue a la guerra” ¡Nostalgias de parisinos nacidos en los arrabales del mundo! 

Aunque muchos de nuestros abuelos hayan venido del viejo continente, ser de aquí significa aceptar que esta tierra tiene más de 500 años, y que eso significa que nosotros somos parte de esas culturas latentes esparcidas por cada región de Abya Yala, o como la denominaron los conquistadores, América. 

Aquí se debe nacer dos veces, la primera biológicamente, la segunda existencialmente, cuando se toma conciencia de que sos de una tierra donde sus culturas originarias fueron devastadas, donde los otros (y las otras) fueron desterrados de su propia historia y de la oficial. Aquí se debe elegir nacer a la verdad, no por nacionalismo (ya que ser de aquí, es ser nuestra América) sino por empatía con todo los invisibles, y por los cuerpos, biografías, idiomas, culturas y dioses que fueron enterrados sin tumba. 

La Madre de los vientos, Huayra Puca, es decir la Cultura Popular, nos enseña que hay otra historia que la escriben los que resisten, y además la cantan los que no están dispuestos a ser cómplices del olvido oficial.


1/26/2021

¿Los argentinos y argentinas, somos forasteros culturales en nuestra propia Tierra?


por Pedro Patzer

Confunden lo exótico con lo moderno, y sin querer, vuelven a ser, bufones animando el momento exacto en el que los reyes y sus cortesanos contemplaban a los indios llevados por Colón a España. Bufones de su propia cultura, enamorados de lo “raro”, despreciando todo aquello que suene nativo.

Los geniales Hermanos Ábalos, que fueron inventores de tantas maneras de ser argentinos, y no me refiero al chauvinismo, y mucho menos al nacionalismo. Aludo a la forma de comprender que el gran modo de ser argentinos y argentinas, es el de inventarse. Pero no como estos enamorados de lo extravagante lo hacen, es decir, bautizando Palermo Soho, a un sitio que debiera llamarse Palermo Evaristo Carriego, Palermo Borges, o más atrevidamente, Palermo Rosas. Me refiero a inventarse para sobrevivir, y nuestra cultura nativa, ha tenido que hallar la manera de romper su condena a ser invisibles, a la que los jueces culturales de la semicolonia la han sentenciado. Decía que Los Hermanos Ábalos consiguieron inventar algunas maneras de ser argentinos y argentinas. Desde burlarse de los periodistas enamorados de lo extravagante, que ante su regreso a Nueva York les preguntaban a estos hermanos santiagueños: “¿Y cómo es Nueva York?” y los geniales hermanos responden con: “Buenos Aires, tierra hermosa,/Nueva York, grandioso pago./Casas más, casas menos,/igualito a mi Santiago” Es decir, invierten la analogía de la semicolonia cultural, que siempre parte del otro lugar: “Tal trovador es el Bob Dylan argentino, o decir que la vidala es el blues nacional o que Cosquín es el Woodstock argentino” Cosquín es Cosquín, no hay muchas analogías posibles. Y es un ejemplo de esto de que la identidad argentina está en inventarse. Cosquín era un pueblo destinado a los tuberculosos, allí iban a curarse o a morir, los que padecían esta enfermedad. De hecho, “los sanos”, evitaban visitar esta comarca del Valle de Punilla. Por lo que los coscoínos debieron inventarse algo para liberar a su pago de esa condena, de modo que el 21 de enero de 1961 sus habitantes cortaron la ruta nacional 38 construyendo sobre la misma un escenario de material. Decidieron que había que hacer un festival de Folklore. No sólo cambiaron la historia de Cosquín, hoy el festival más importante del país, sino que también modificaron la historia de la cultura popular argentina. ¡Qué huérfanos culturales seríamos si esos habitantes no se hubieran inventado a Cosquín! Ellos lo volvieron a fundar culturalmente. La única analogía que se me viene a la cabeza con Cosquín, es la de un pibe que nació en Villa Fiorito, que su familia comía salteado, que estaba condenado a la pobreza, y sin embargo consiguió inventar una leyenda de su vida llamada Diego Armando Maradona.  

Es importante comprender cómo la cultura popular argentina es la que custodia las identidades nacionales, ese conjunto de invenciones que nos hacen ser nosotros y nosotras. Los Hermanos Ábalos nos enseñaron a reconocer al quichua, dos de sus chacareras se llaman “Miski Mayu” (Río Dulce) y “Cachi Mayu” (Río Salado), ni que hablar don Sixto Palvecino y su gesta por ese idioma incaico; el universo guaraní abordado por artistas litoraleños que han descrito “El alma guaraní”, la cosmogonía mapuche, los cantos chamánicos del Chaco, y tantos asuntos que si no fuera por los artistas populares, y obviamente por los pobladores de esas culturas, estarían olvidados en tesis doctorales o libros que agonizan lentamente en anaqueles sombríos. 

La Argentina le debe su Ser a la cultura popular, ni que hablar del tango y el folklore, pero también a artistas como la Mona Jiménez que nos ha contado una Córdoba a la que no teníamos acceso en otros lugares del país, del mismo modo la cumbia santafesina, el rock barrial en el conurbano: “Viejas Locas”, anunció la tragedia de pibes bonaerenses consagrados al paco. 

Lo universal nos alimenta de muchas cosas necesarias, cuánto nos dieron Whitman, Shakespeare, Beatles, el cine, el teatro, la literatura, la música de tantos países. Debemos disfrutar y aprender de ello, el gran problema es que sabemos más de ellos que de nosotros. La mayoría de los argentinos somos ignorantes de la Argentina. El proyecto cultural de la semicolonia ha conseguido que el argentino sea un forastero cultural en su propia Tierra. Tenemos un desconocimiento tal sobre el país, que la mayoría repite que aquí se habla un solo idioma, que aquí casi no hay pueblos originarios, que Belgrano sólo fue el inventor de nuestra bandera (ignorando su papel en el éxodo jujeño, y tantas otras cosas más), que San Martín cruzó los andes en un caballo blanco (mas se sabe poco de su vocación por la Patria Grande).

La cultura oficial de la semicolonia ha hecho de nuestras genuinas culturas supersticiones, la aduana de la cultura la mira de reojo. Cierta vez un gran poeta y trovador del folklore, me contó llorando que un periodista destacado se había burlado en un artículo de su peluca. Años después, se hizo un documental con la biografía de este artista, dicha película ganó un premio internacional de cine. Resulta que el mismo periodista que había escrito sobre la peluca de dicho artista, lo llamó para invitarlo a comer a su casa. El premio de un festival internacional de cine, había legitimado, ante los ojos de este periodista, a ese artista al que antes había humillado en un artículo. Artista fundamental de nuestro cancionero.

En 1951, Homero Manzi, nos otorgó un camino para comenzar conocernos, a mi entender es el rumbo que debemos tomar para dejar de ser forasteros culturales en nuestra Tierra: “Alguna vez, alguien que sea dueño de fuerzas geniales tendrá que realizar el ensayo de la influencia de lo popular en el destino de nuestra América para, recién entonces, poder tener nosotros la noción admirativa de lo que somos.

Esta pobre América, que tenía su cultura y que estaba realizando tal vez en dorado fracaso su propia historia y a la que de pronto, iluminados almirantes, reyes ecuménicos, sabios cardenales, duros guerreros y empecinados catequistas ordenaron: “¡Cambia tu piel! ¡Viste esa ropa! ¡Ama a este Dios! ¡Danza esta música! ¡Vive esta historia!...Todo lo que cruzaba el mar era mejor y, cuando no teníamos salvación, apareció lo popular para salvarnos.

Instituto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo”


Pedro Patzer, autor de los libros: "El Tahiel, el canto interior de la Argentina" y "Aguafuertes Provincianas"

1/18/2021

NACE UN RÍO

    Cuando el pan de la memoria se reparte en las mesas del futuro, nace un río

Cuando la palabra de las y los justos se hace árbol en la gente, nace un río

Cuando ciertas presencias todo lo despiertan, nace un río
Cuando somos parte de lo que amanece, nace un río
Cuando la mirada amorosa contempla a los y las invisibles, nace un río
Cuando conquistamos el territorio de nuestro perdón, nace un río
Cuando se hace de la voz interior un trino del mundo, nace un río
Cuando alguien descubre que su corazón es un barco, nace un río
Cuando de ciertos encuentros se levantan templos, nace un río
Cuando la mente deja ser el mausoleo de los resignados y se convierte
en el jardín de los libres, nace un río
Cuando nos asumimos vagabundos del universo, nace un río
Cuando reconocemos a la propia violencia como nuestro fantasma, nace un río
Cuando alguien reza por un desconocido, nace un río
Cuando renunciamos al "¿por qué?" y nos consagramos al "¡gracias!", nace un río
Cuando la acción supera a la plegaria, nace un río
Cuando comprendemos que las cosas más bellas nunca tendrán su estatua, nace un río
Cuando recordamos el pájaro que fuimos y conectamos con la estrella que seremos, nace un río
Cuando el coraje del “no”, se transformar en el camino del “sí”, nace un río
Cuando dejamos atrás al barullo de lo que nos dijeron que éramos y alcanzamos el silencio que somos, nace un río
Cuando nuestra biografía se convierte en el canto del prójimo, nace un río
Pedro Patzer,

La cultura popular es el anticuerpo que siempre salva a la Argentina

por Pedro Patzer Aunque nos quieran convencer de que los ladrones de las melodías, de las vocaciones, de los más hermosos vínculos del human...